El madridismo se fue entristecido del Bernabéu por la eliminación ante el Borussia, pero orgulloso por la actitud final de sus jugadores. Especialmente, la afición se marchó entusiasmada con la actitud, el coraje y la bravura exhibidas por Sergio Ramos. Este club tiene iconos por su calidad como Di Stéfano, Puskas o Gento, pero Ramos entró el martes en el santoral de los jabatos tipo Pirri, Camacho o Santillana. El capitán del Madrid se echó al equipo a la espalda en ese arreón final gestado desde el gol de Benzema.
A partir de ese instante, Sergio se saltó las directrices de pizarra y se lanzó al ataque como un delantero más. Tras mantener un duelo tremendo con Lewandowski, se dedicó a ayudar al equipo en ataque en busca de ese 3-0 soñado.
Una vez que Lewansdowski, extenuado, fue al banquillo (minuto 86), Sergio se desató en busca de la portería del Borussia como si fuese Cristiano, Benzema y Di María en una sola pieza. Un minuto después, firmó un golazo que dejó a Weidenfeller como una estatua de sal. 2-0, locura en la grada y Ramos embravecido. Ni siquiera le importaba haber visto antes la tarjeta que le impedía estar en la final de Wembley. Pensó en el equipo y no paró hasta el pitido final. Sergio acabó con tres remates entre los tres palos (84', 85' y 87'), más que Benzema (2), Cristiano (1) e Higuaín (1). Ese pundonor se tradujo en los 11 kilómetros que recorrió durante el partido (10.965 metros) y las 23 recuperaciones de balón que firmó. Otro dato bestial: recibió seis faltas, el doble que Modric y Di María, los siguientes en ese capítulo. Su abrazo final con Casillas y sus lágrimas sinceras terminaron por convertirle en el héroe de la noche.
Orgullo vikingo. Además, Sergio Ramos se tiene ganado el respeto del vestuario por su liderazgo dentro del mismo y por su compromiso con el grupo. Ayer utilizó las redes sociales para evidenciar ese sentimiento que tiene conquistado a sus compañeros: "Gracias a mi equipo, desde el primero hasta el último, por dejarse el alma jugando. Orgulloso de vestir esta camiseta. Es duro, pero la vida sigue y seguro que el fútbol nos depara un momento mejor en la Champions. ¡Hala Madrid!". Y se acordó de esa hinchada que le adora: "Sólo tengo palabras de agradecimiento a una afición incansable hasta el último minuto de esperanza. ¡Muchas gracias de corazón!". Sergio ya forma parte del santoral madridista.
LOS OTROS REFERENTES DEL MADRID POR SU BRAVURA
Juanito (1977-87). El Bernabéu le recuerda en cada minuto 7
Sólo hay un futbolista de la historia sagrada del Madrid que sea recordado en cada partido del Bernabéu, sea de la competición que sea. Ese es Juanito. Cada minuto 7, el que fue el jardín de sus fantasías entre 1977 y 1987 se entrega al de Fuengirola al grito de "¡Illa, illa, illa, Juanito Maravilla!". Un genio con botas, un jugador de autor capaz de dejar a tres rivales sentados con sus caracoleos y regates en carrera, o de festejar la remontada ante el Borussia pegando brincos camino de la banda como si fuese un hincha más. Tampoco se olvida esa imagen mítica de la derecha (fue la portada del AS del pasado martes), con bufanda y gorra del Madrid tras ganar la primera Copa de la UEFA al Videoton en 1985. Juanito tenía ese doble perfil que a veces le metía en un callejón de difícil salida cuando se le calentaba la cabeza. Lo del pisotón al cuello de Matthäus le marcó. Pero su corazón era tan grande que fue el primero en disculparse con el alemán y con la afición madridista, facilitando su marcha del club al que amaba hasta el fanatismo. Juanito sigue vivo en el corazón de los madridistas y muchos creen que el ambientazo que se vivió en el Bernabéu ante el Dortmund fue gracias a él. Genio y figura.
Santillana (1971-88). Estuvo presente en todas las grandes remontadas europeas
Le faltaba un riñón, pero saltaba de cabeza y jugaba como si tuviera tres. El cántabro, más conocido como El Puma, fue fichado en 1971 por recomendación expresa de Santiago Bernabéu. El legendario presidente se quedó prendado de ese nueve con piernas hercúleas y salto vigoroso. Santillana fue un símbolo de las remontadas europeas. Empezó en 1975 ante el Derby County, con un doblete y un último gol a lo Pelé que tumbó a los ingleses. Metió el gol del 1-0 en la remontada ante el Celtic (3-0), dos dobletes en un 3-0 y un 5-1 al Inter (éste con prórroga incluida) y un doblete mágico y decisivo ante el Borussia Möenchengladbach (4-0). Su gol en el último suspiro pasó a la historia.
Camacho (1973-89). Marcador implacable, luchador indomable
El león de Cieza llegó al Madrid, procedente del Albacete, siendo un crío de 18 años. Ya no abandonaría el Bernabéu hasta 16 años más tarde, convertido en un símbolo del ADN madridista de siempre: jamás daba un balón por perdido y nunca escondía la cara. Con España, con la que jugó 81 partidos y posteriormente fue seleccionador, cuajó como un símbolo del fervor patrio representado en esa foto del Mundial de México 86 con una venda en la cabeza y la frente ensangrentada. Se hizo célebre en 1975 con un marcaje imperial a Johan Cruyff, considerado por entonces el mejor jugador del mundo. El holandés no tocó bola... Una gravísima lesión de rodilla le tuvo dos años en el dique seco, pero su capacidad de sufrimiento le hizo volver a lo grande y fue capaz de mantenerse diez años más en la élite. Fue uno de los integrantes del Madrid de las remontadas de los años 80. La prueba de su nobleza es que sólo tuvo una expulsión en su carrera, el 30 de marzo de 1980 (0-0 con el Hércules). Pero le echó Pes Pérez por una acción en la que él ni intervino... Camacho es santo y seña del madridismo de toda la vida.
Pirri (1964-80). Don Santiago Bernabéu le impuso la primera Laureada del Real Madrid
El jabato ceutí, 561 partidos y 171 goles de blanco, se convirtió con su pundonor y coraje en un símbolo del Madrid de los Ye-Yés, campeón de la Copa de Europa en 1966 con once españoles en el campo. Martínez, como le llamaban al principio al no gustarle a Bernabéu los motes, fue un líder por su irreductible espíritu en busca siempre de la victoria. Las numerosas lesiones que sufrió en su carrera engrandecieron su leyenda de fajador, capaz de jugar una final de Copa ante el Barça (1968) con la clavícula rota y 40 grados de fiebre. Santiago Bernabéu le concedió por ello la primera Laureada del Madrid. También jugó ante el Chelsea la final de la Recopa (1971) con el brazo roto. Un valiente.Social Media for Business here
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