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Cristiano Ronaldo mostró su frustración en muchos momentos | Reuters
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Hacía cinco temporadas que el Real Madrid no perdía dos partidos consecutivos. Y ayer, en Sevilla, volvió a suceder. Los de Ancelotti cayeron frente al conjunto hispalense en un partido raro, de esos en los que, más que jugar de forma continua, se disputa un partido a ráfagas marcadas siempre por algún destello de calidad y por el nerviosismo.
Por que eso, nervios, fue lo que sobraron sobre el césped del Sánchez Pizjuán. Un estado de desesperación blanco que pareció inaugurado el domingo pasado, cuando Sergio Ramos acabó expulsado frente al Barça y, más tarde, en zona mixta, él y Cristiano Ronaldo encresparon más si cabe los ánimos del madridismo alentando la teoría de la conspiración arbitral. Anoche, su estrategia se convirtió en castigo. Castigo en forma de desesperación paralizante.
Y eso que el partido comenzó bien. El gol tempranero de Cristiano Ronaldo hacía prever un paseo por la capital andaluza. Hasta ese momento, los blancos habían controlado el partido sin demasiados problemas. Sin embargo, minutos después, una cabalgada de Reyes por la derecha acabó en un remate lejano de Bacca. No había sido una ocasión demasiado peligrosa. Aquello no debería haber supuesto nada más que un susto.
Sin embargo, el fútbol, como buen estado de ánimo, depende de los ojos de los que los practican. Y ayer el Real Madrid miró el encuentro con nervios. Con muchos nervios. Las imprecisiones se dispararon y entonces surgieron los fallos. En una de estas, Xabi Alonso perdió una bola en la medular que acabó en el empate del propio Bacca.
Se había inaugurado el pánico en las filas de los jugadores merengues. Recuperar la cordura parecía cuestión imposible. Nada de posesiones largas. Todo eran balones en largo y pases imposibles. El único que en verdad funcionó lo tuvo Benzema. El francés dejó sólo a Bale ante Beto.
Lo fácil habría sido que el 'expreso de Cardiff' hubiera dado el pase de la muerte para que el propio Karim o Marcelo (solo al segundo palo) hubieran marcado el 1-2, pero no fue así. Presa de la ansiedad, Bale se la jugó. Y falló. Otra palada de pánico que añadir a un saco que se rompió cuando Cristiano Ronaldo mandó al filo del descanso un balón al palo.
Ahí se desató una tormenta que se convirtió en epidemia en la segunda parte, cuando el Real Madrid, en estático, no sabía que hacer con la pelota en los pies.
El ataque en estático se convirtió en un serio quebradero de cabeza para los merengues y así, paso a paso, los nervios fueron aumentando hasta transformar cada fallo, por mínimo que fuera, en un recital de gestos, muecas y gestos desesperados. Y así, como era de esperar, la remontada se convirtió en una utopía confirmada con el segundo gol de Bacca.
No había nada que hacer más que seguir desesperándose, como evidenció un Cristiano Ronaldo fuera de sí con las buenas intervenciones de Beto e incluso con sus propios compañeros. Su enfado con Bale después que no le dejara lanzar la última falta peligrosa del encuentro es la prueba.
Gestos similares a los que protagonizó tras el Clásico con una única diferencia, ésta vez no había árbitro a quien echarle la culpa de nada de lo sucedido. Quizá porque la culpa de lo sucedido fuera, como en el Clásico, de los propios jugadores blancos y sus fallos en los momentos clave.Social Media for Business here
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