Como alumno del Ramiro de Maeztu.
Salíamos entre clases esa semana, serían las once de la mañana, y llegaban los jugadores a la zona del patio de columnas para hacer una sesión de pesas. No tengo la imagen de todos; pero nunca se me olvidarán Vicente Gil y David Russell. Vicente llegaba a veces en una moto que tenía radio incorporada. Venía directamente del trabajo. Casi siempre se saltaba las sesiones de la mañana. Tenía permiso. Yo quería verle, porque era el base titular. El jefe. Al que pretendía imitar esa misma tarde durante el entrenamiento. En Russell me fijaba por motivos diferentes. Los marcianos no paseaban por los colegios cada mañana. Lo recuerdo con los guantes de las pesas puestos. Con el chándal muy desabrochado, caído. Con la cabeza ladeada y una media sonrisa siempre. El paseo no lo recuerdo excesivamente agobiante para los jugadores.
Eran marcianos, sí –sobre todo Russell-, pero de casa. El domingo jugaban en Magariños... el pabellón de la clase de gimnasia.
Como jugador del partido.
-¿Ya estás aquí, 'enano cabrón'? Cada día llegas antes.
A 'Satur', el utillero del equipo, no le gustaba que los jugadores llegásemos antes que él. Mi obsesión de entonces por la profesión, y por las rodillas, añadía treinta absurdos minutos al prepartido. El único que siempre solía estar era John Pinone. El 'gordo cabrón', era el otro padre del equipo a ojos de Satur. Pero su labor debía comenzar más tarde.
-¡Mierdecilla de tío. Tu padre no hacía esas gilipolleces antes de los partidos. Cada día sois más flojos los jóvenes!
Antes de la 'guerra de guerrillas' del entrenador Miguel Ángel Martín (su charla básica frente al otro equipo de la capital), y del liderazgo en pista de Pinone, Satur ya se había encargado de recordarnos que esos pantalones apretados fueron de Martínez Arroyo, Sagi Vela... de 'el Sapo', o de 'el cabronazo de Vicente Gil'....
A ojos de profesionales veinteañeros, tantas paternidades de la improbable victoria se nos antojaban excesivas. En este siglo, ninguna de ellas ha caducado.
Como espectador.
-Vamos al Palacio seguro, ¿verdad? Y esa seguridad de todos los presentes en la tertulia de este sábado sonó muy de veras. Sin excesos para la galería. Y eso que había varios ex jugadores, entrenados para poner distancia con la emoción de un partido que no protagonizan. Un ex jugador suele ser muy poco aficionado, salvo que el equipo donde jugó esté a la altura de sus expectativas. Las expectativas no tienen por qué ser necesariamente de victoria. En el caso de quién escribe, no van mucho más allá de un equipo capaz de poner el balón en las manos de los buenos con más frecuencia que en las manos de los menos buenos. La receta del baloncesto de toda la vida. La que los tertulianos hemos intuído en el inicio de temporada. Una receta que tiene mucho mérito, aunque parezca sencilla.
Aprovecho, por cierto, para invitaros el lunes a las 13:00 h. a la presentación del libro GANAR ES DE HORTERAS, de Guillermo Ortiz. Será en la tienda de Magariños. Os dejo con un avance.
"Ganar es de horteras", repetía mi tío, como si nada, lo típico que uno dice para convencerse de que en el fondo no quiere ganar, que no quiere pasar por ese rito de euforia cutre descontrolada y canciones de David Bisbal. Pepe Reina presentando a Quique Bárcenas. Era mentira, claro. Cuando uno no quiere ganar y no gana, suspira aliviado y se larga en cuanto puede del sitio. Cuando quiere ganar y no gana, elabora teorías y frases estupendas. La estética es lo que queda después de las masacres. No volvimos a viajar para ver un partido del Estudiantes hasta 2008, cuando nos jugábamos el descenso en León. Ahí no había bromas que valieran. Ahí todo era instinto de supervivencia. Aún entonces, haciendo memoria, ese vicio estudiantil, bromeábamos con cuándo se jugaría la vuelta de la Korac contra el Barça, el partido que nunca existió, el que nunca aceptamos que existiera"