De Varane se sabía que funcionaba bien con el viento a favor. Que era un refrescante acompañamiento de un central solvente que tapara las carencias de juventud. Casi siempre en partidos de baja demanda. Ese paisaje idílico y sobreprotector cambió ayer al más abrupto de los escenarios, por primera vez ante el Barcelona. Con una defensa en cuadro, junto a un lastimoso Ricardo Carvalho de socio y frente al equipo más temible del mundo. A todo se impuso Varane. A Messi y cualquier atacante que se le puso por delante. También a Carvalho, de quien tapó todas sus vergüenzas.
Con diecinueve años, Varane adelantó al futuro en una noche que puso Chamartín a sus pies. El francés confirmó punto por punto las características que ya hacían presagiar que se asiste al nacimiento de uno de los mejores centrales de la próxima década. Presenta Varane el troquel de los centrales modernos. Rápido, de mirada alzada, hasta plástico en acciones que trascurren a velocidad de vértigo, sobresaliente en el juego aéreo. Le falta quizás salida de balón, uno de los puntos de mejora claros del francés.
Ante el Barcelona, hizo del tackling un ejercicio digno del ballet. Hasta en tres ocasiones midió a la perfección en acciones en las que es delgada la línea entre una intervención salvadora o un penalti grosero. Especialmente una jugada terminó de anunciar todo lo que es Varane. Se midió a Messi en campo abierto, aguantó la carrera del argentino y trabajó bien abajo cuando se disponía a ajusticiar a Diego López desde el punto de penalti. Sólido por arriba y atento en las coberturas, culminó una noche exuberante, en la que también salvó un gol bajo palos. Genial.
Más allá de las virtudes futbolísticas, impolutas ayer, Varane dejó muestras de su carácter. Emergió para liderar una defensa hecha a base de remiendos y se convirtió en el auténtico cacique de la zaga. Así lo detectó la platea, acostumbrada a comandantes en jefe como Manolo Sanchís, Fernando Hierro o Sergio Ramos. A esa estirpe incunable de defensas centrales blancos de las últimas dos décadas apunta inequívocamente Varane. Precoz como estos fenomenales defensores, el francés engañó al tiempo anoche. Convirtió su examen más exigente en una clase magistral, un compendio de virtudes que supusieron un bocado al futuro, que se mezcló con el presente.
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