Rafael Sánchez-Guerra fue testigo privilegiado de la negociación y firma del Estatut d’Autonomia de Catalunya de 1932Social Media for Business here
La foto es del infatigable Eduardo Vilaseca, una de las dos patas de la agencia Contreras & Vilaseca que inmortalizó la convulsa vida de España en la primera mitad del siglo XX. Niceto Alcalá-Zamora fue magistralmente captado por su lente. Ésta que ilustra el reportaje es una de las más famosas. Corresponde a la firma del Estatut d'Autonomia de Catalunya, en San Sebastián, el 15 de septiembre de 1932.
En la imagen aparece un grupo de periodistas con papel y pluma en ristre más pendiente de la Leica de Vilaseca que del presidente de la República; a su izquierda, de pie, Bonaventura Gassol, luciendo pajarita y un pañuelo blanco con la punta caída en el bolsillo de la americana; y los ministros Nicolau d'Oliwer, Marcelino Domingo e Indalecio Prieto. Sólo un personaje de la fotografía aparenta estar atraído por el trascendental acto, el que está situado al lado de don Niceto, apoyado levemente sobre la mesa. Es Rafael Sánchez-Guerra y Sainz. Fue el noveno presidente de la historia del Real Madrid CF.
Bandera tricolor en mano
Era hijo del monárquico José Sánchez Guerra, en su etapa de gobernador civil en 1902, la persona que reconoció y aprobó la reglamentación del Madrid Football Club. Rafael Sánchez-Guerra (Madrid, 1897 – Villava, Navarra, 1964) estudió en el Colegio del Pilar, cantera madridista, y jugó en los infantiles del Madrid. Abrazó la causa republicana desde muy joven. La República, la niña bonita, la trajeron los monárquicos y la mataron los republicanos, se dijo. “La República la traje yo”, gritó Unamuno. “La República la trajeron los intelectuales”, escribió Azorín. Muchos contribuyeron a traer la República abrileña; los Sánchez Guerra, entre los que más.
Junto a su padre participó en el levantamiento republicano de 1929 y con sus artículos en Abc asaeteó la dictadura de Miguel Primo de Rivera. Mano derecha de Alcalá-Zamora, salió elegido concejal por Madrid en las elecciones municipales de 1931, preámbulo de la Segunda República. Rafael Sánchez-Guerra fue quien, el 14 de abril, a las seis y media de la tarde, apareció en uno de los balcones del Ministerio de Gobernación, en la Puerta del Sol, exhibiendo la bandera tricolor republicana. Por la noche, el rey Alfonso XIII marchaba al exilio.
Secretario general de la Presidencia de la República
Cofundador con Alcalá-Zamora de Derecha Liberal Republicana, cuando don Niceto asumió el Gobierno Provisional, Sánchez-Guerra ocupó la subsecretaría de Presidencia, y la secretaría general de la Presidencia de la República, tras las elecciones legislativas de diciembre de aquel año, que llevaron a su mentor a la jefatura del Estado y a Manuel Azaña, a la presidencia del Gobierno. De 1931 a 1936 se convirtió en el alter ego de Alcalá-Zamora. Fue sus ojos, sus oídos, su confidente, su paño de lágrimas. Razón por la cual, en numerosas ocasiones, suscitó recelos, o temor, por sus contactos y alta posición política. Aunque nadie, ni Azaña, cuyas relaciones con Alcalá-Zamora fueron, en verdad, un verdadero espanto, pudo hacerle nunca el más leve reproche. Manuel Azaña reconoce en su dietario que si bien, al principio, la relación con Sánchez-Guerra resultó difícil por su vinculación a Alcalá-Zamora, tuvo el acierto de “conducirse bien”.
En 1935 sustituyó a Luis Usera Bugallal en la presidencia del Madrid CF (la República prohibió los símbolos monárquicos). Se barajaba su nombre desde la campaña electoral madridista de octubre de 1933. Pero en esa fecha existían dos inconvenientes: no era socio del Madrid CF y, por tanto, difícilmente podía ser presidente; y, en caso de serlo alguna vez, exigía que fuera con el voto unánime de la masa social. “Si no es así, nunca seré presidente”, advirtió. El 31 de mayo de 1935, un total de 444 votos aupó a Rafael Sánchez-Guerra a la cima del Madrid CF. “Hubo mucha gente que aceptó mal la presidencia de mi padre porque veía en él a un presidente político, cosa que no había ocurrido nunca hasta entonces”, me contó su hijo, Francisco Sánchez-Guerra Moreno, en 2000.
Un campo nuevo para el Madrid CF
Efectivamente, la elección de Sánchez-Guerra disgustó al sector más conservador del club, que amenazó con ejecutar algunos flecos de la hipoteca que aún pesaba sobre Chamartín. Cinco personas ––un presidente y cuatro vocales, según establecía el nuevo reglamento––, formaron la directiva madridista en la que sobresalían dos pesos pasados de la junta anterior, Valero Rivera Ridaura y Gonzalo Aguirre Martos, además de otras dos que fueron muy importantes en la historia del Real Madrid CF: el relojero Luis Coppel Gerlach y el secretario técnico, Pablo Hernández Coronado.
El dirigente republicano y presidente del Madrid CF centró su gestión en tres objetivos fundamentales. Conseguir un domicilio social con más empaque ––instaló la sede del club en un piso del paseo de Recoletos, cerca de Cibeles––; potenciar el primer equipo ––reforzó la plantilla con el bético Simón Lecue, campeón de Liga la temporada anterior; y con los húngaros Guillermo Kellemen, centrocampista, y el portero Gyula Alberty; posteriormente, Alberty se convertiría en leyenda del Granada CF––; y construir un nuevo estadio, ya fuera en los terrenos de Chamartín, o en otro lugar, al tener que abandonar aquel por el Plan Prieto (contemplaba la expropiación de buena parte del campo en beneficio del nuevo trazado de la Castellana).
Propuesta imaginativa para sortear el trazado de la Castellana
Sánchez-Guerra se dirigió al conde de Maudes, propietario de unos terrenos adyacentes a Chamartín, a fin de comprarle una parcela con la que sortear el trazado de la Castellana. El aristócrata, sin embargo, no estaba dispuesto a desprenderse de un solo metro cuadrado suelto. “Todo, o nada”, dijo. Ante esa disyuntiva, la directiva, que habían encontrado en el Banco Urquijo el dinero necesario ––dos millones y medio de pesetas a quince años––, optó por una solución imaginativa. Propuso una permuta al dueño de otros terrenos al pie mismo de la calle de Alcalá, frente a la plaza de toros. El Madrid CF le cedía Chamartín y éste, a cambio, construía el nuevo estadio. Esta negociación se llevó a cabo en abril. La aprobación del proyecto definitivo de la Castellana, el 7 de junio de 1936, y el inicio de la Guerra Civil, un mes más tarde, trastocó todos los planes. La obra del nuevo estadio sería cosa de Santiago Bernabéu.
El conflicto fratricida español hizo que el club blanco fuera gestionado por el Frente Popular hasta 1939. Así, el 4 de agosto de 1936, el Madrid CF pasó a ser dirigido por una junta encabezada por Juan José Vallejo, presidente de la Federación Deportiva Obrera. Sánchez-Guerra desaparecía del Madrid CF. Eso sí, con el grato recuerdo de la final de Copa de Mestalla, en junio de 1936, donde el equipo madridista doblegó al FC Barcelona [2-1]. Fue la primera vez que merengues y culés se enfrentaron en una final del torneo del KO. No se volverían a ver las caras en una final copera hasta treinta y dos años después, en 1968, en la malhadada final de las botellas. También fue la despedida de Ricardo Zamora y donde hizo su última y más recordada parada a tiro de Escolà. Cuando parecía que el Barça iba a empatar el partido, apareció el Divino de entre una nube de polvo y atajó el balón sobre la base del poste izquierdo, dando lugar a una de las estampas más bellas de la historia del fútbol español, cargada de épica, romanticismo y estética deportiva.
“¿Qué hace Besteiro? '¡Se queda!'. Yo también”
El 28 de marzo de 1939, a primera hora, sonó el teléfono de la casa de Sánchez-Guerra, en el número 18 de la calle de Claudio Coello. Era el coronel Segismundo Casado, jefe del Ejército del Centro y factótum del Consejo Nacional de Defensa. Después de haber dominado Madrid en el llamado golpe casadista contra los comunistas de Juan Negrín y fracasar en las negociaciones para una rendición pactada con Burgos, Casado decidió huir a Gandía. Citó a Sánchez-Guerra en el Ministerio de Hacienda. Allí le informó de sus intenciones y le pidió que se fuera con él a Valencia. El diálogo fue breve pero intenso. “¿Qué hace [Julián] Besteiro”, preguntó Sánchez-Guerra. “¡Se queda!”, dijo Casado. “No hay más que hablar. Yo también”, espetó el expresidente del Madrid CF. Besteiro se quedó en Madrid como máxima autoridad republicana y, como tal, entregó la capital a las tropas franquistas. Entre Besteiro y Sánchez-Guerra, con todo perdido, tomaron la simbólica decisión de nombrar último alcalde del Madrid republicano a un anarquista: Melchor Rodríguez García, conocido por El ángel rojo, por haber detenido las matanzas de Paracuellos y la situación de terror en las cárceles madrileñas.
Rafael Sánchez-Guerra esperó en Hacienda a ser detenido. El 9 de junio de 1939 fue condenado a muerte. Pero su postura y denuncia en el asesinato de José Calvo Sotelo, y su condición de católico, llevó al tribunal militar a cambiar la pena máxima por la de “treinta años y un día de cárcel”. Aunque sólo estuvo veintiséis meses entre rejas. En ese tiempo recorrió más de una docena de presidios, hasta acabar en el Puerto de Santa María, Cádiz. Huyó a París en 1944. Abandonó España escondido en el maletero de un coche de los servicios secretos franceses. “Mi padre me contó que iba en el maletero empuñando una pistola por si abrían la portezuela”, me contó su hijo.
Instalado en la capital francesa, el Gobierno de la República en el exilio le nombró ministro sin cartera. Una pantomima que duró un año. Dimitió en 1947. Su decisión provocó el derrumbamiento definitivo del último asidero legal de la República, convertido, por mor de la Historia, en un espectro del pasado.
Entregado a Cristo en el seminario de los dominicos de Villava
El telón del acto final del drama Sánchez-Guerra se levantó el 5 de octubre de 1959 al fallecer su esposa, Rosario Moreno, en su casa de París, en el número 16 de la rue Mayet. “Una vez muerta mi mujer”, escribió Rafael Sánchez-Guerra en Mi convento, “nada tenía yo que hacer en un ambiente de incomprensión, de odios, de ruindades. Algunas personas ––mis hijos, mis familiares, mis amigos más íntimos––, me aconsejaron que viviese apartado de todos, que permaneciese una larga temporada alejado de mis actividades. No quise intentarlo. Yo sentía la absoluta necesidad de entregarme a Cristo”. En febrero de 1960, por mediación de su primo hermano, teniente general Antonio Barroso y Sánchez-Guerra, ministro del Ejército, ingresó en el Noviciado de Hermanos Cooperadores de Villava, Pamplona, y pasó a ser fray Rafael.
Un año antes de su muerte, el 8 de abril de 1963, el seminario navarro de los dominicos se convulsionó con una visita inesperada. A fray José María Ruiz de Azúa, con el que hablé en febrero de 2000, se le iluminaban los ojos al recordarlo. “Llegó el Real Madrid y el revuelo que se levantó entre los frailes y los novicios fue enorme”, me dijo. Por expreso deseo de Santiago Bernabéu, y aprovechando el partido de Liga contra Osasuna en el campo de San Juan [1-1], la expedición del Madrid se acercó hasta Villava para saludar a fray Rafael. Allí estaban entre sotanas y seglares los Vicente, Pachín, Müller, Isidro, Santamaría, Amancio, Puskas, Gento... Dios y los ángeles bajados del cielo. De alguna manera, el reencuentro del Madrid con su antiguo presidente, al que tanto debía, vino a ser una especie de desagravio. Especialmente, porque había sido Rafael Sánchez-Guerra quien más había hecho por salvar Chamartín de las fauces de la Castellana.Social Media for Business here
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