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domingo, 10 de marzo de 2013

El Real Madrid logra un triunfo forjado en el orden y la paciencia

El equipo blanco gana en Vigo aguantando el empujón inicial del Celta y llevándole al rincón cuando los jugadores gallegos se quedaron sin pulmones

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Esto es lo que le espera al madridismo de aquí a final de Liga. Oficio, profesionalidad, echar mano de los que no juegan para que pongan salsa en los partidos pensando que es la suya. Porque otra no queda. En un torneo perdido con tanta antelación, Mourinho hace juegos malabares para sostener la motivación de los suyos. [Narración y estadísticas]

La única solución es tirar de los suplentes y advertirles: «O te subes al carro o ahí te quedas». Gente como Albiol, Essien, Marcelo, Callejón... Es difícil para un equipo como el Madrid, acostumbrado a luchar hasta última hora por los títulos, quedarse a media temporada fuera de juego. [Fotogalería: las mejores imágenes del Celta-Real Madrid]

Es momento que intentan aprovechar los rivales, sobre todo los que están con el cuello al agua. Y el Celta no es que lo esté, es que le cubre hasta las cejas. Abel, que es viejo zorro, sabía que había pocas opciones por mucho que Mou tirara del fondo del armario. Así que intentó lo que todos los equipos: aprovechar el tirón inicial, empujar con todo y esperar que en ese empellón el gigante se fuera al barranco.

No pudo. Tuvo ocasiones pero Diego López respondió bien y el Madrid, con mucho oficio, se resguardó. Tiene muchas tablas el equipo de Mou. Sabe que antes o después los rivales no aguantan, que han de compensar su menor calidad con kilómetros y kilómetros de carrera que acaban pasando factura. Al Celta el recorrido le duró veinte minutos, quizás algo más. Y sin fruto que llevarse a la boca.

Cuando el Madrid cogió el balón ya no lo soltó. Cada posesión era la zarpa que se cerraba más y más sobre la garganta viguesa. El Celta no es un equipo aguerrido, ni tampoco físico. Es un conjunto confeccionado con cierta seda, con mucho corazón pero pocos pulmones. A la media hora estaba más muerto que vivo, replegándose a toda velocidad porque veía que no llegaba a la presión.

El Madrid, huelga decirlo, tuvo la paciencia necesaria para ir madurando el encuentro. Se veía superior, y lo notaba a cada minuto que pasaba. En solo cinco minutos el partido dio la vuelta como una pelota. De estar en el campo del Real, el Celta se vio encerrado, acosado por todas partes y sin posibilidad de salir una sola vez a la contra para desahogar un poco la presión visitante, para liberarse de la garra que amenazaba con dejarle sin un resquicio de aire.

Si los gallegos llegaron indemnes al descanso fue por Javi Varas, que es un portero de muchos quilates. Sin aire para achuchar a los pasadores, el Celta se vio en las últimas en pocos minutos. El Madrid le disparaba con tanta fruición que cada ataque era una ocasión de gol.

Hasta ocho veces entró en juego Varas para mantener en pie a un equipo que veía el partido en la nebulosa, totalmente groggy. Cuando ambos se fueron al descanso no hacía falta ser el más listo de la clase para darse cuenta de que aquello no podía durar.

El Madrid pasaba de lanzar tiros a escasos centímetros de los postes, a machacar directamente la madera con los obuses de Cristiano, que hasta en su día más normalito te mete dos palos y te hace dos goles. Cuando el Real empezó a encontrar a Ozil, el Celta comenzó a derrumbarse definitivamente. Aún aguantó en una reacción postrera, respirando en su última bocanada cuando al gol de Cristiano Ronaldo en un balón muerto respondió con otro tanto de churro en un tiro de Aspas que rebotó en Pepe para despistar a Diego López.

Ni entonces se vio apurado el Madrid. Mou metió tralla en el campo (Higuaín más Kaká) y el brasileño rompió el partido con su excelsa zancada. Varas llegó tarde al cruce y el claro penalti lo ejecutó Cristiano con la maestría que le caracteriza.

Toma y daca

A partir de ahí la épica vino a auxiliar al Celta. Sin nada que perder poque ya estaba en la lona y con la desesperación por bandera (esa que da las profundidades de la clasificación), el equipo de Abel dio dos pasos al frente. A por todas con el riesgo de que el Madrid le mandase el finiquito con sus contras mortales.

En ese toma y daca, ese ida y vuelta del partido, el choque adquirió una bella dimensión, casi un partido copero, con ambos golpeándose sin tapujos, sin miedo, a un morir matando, que es lo que hay que pedirle al Celta que, para entonces, era todo corazón. Corría más con las piernas de la dignidad y el pundonor que con los pulmones que ha tiempo ya se le había ido del pecho.

Ni que decir tiene que el Madrid no le goleó de milagro, solo porque Higuaín tuvo la noche boba, pero aún así el Celta también tuvo sus ocasiones, justo premio a una heroicidad que no tuvo reflejo en el marcador porque careció de la frescura necesaria para llevar su nave a buen puerto.

Ficha del partido



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